La agricultura y alimentación bio están experimentando un crecimiento constante, a pesar de los rigores de la crisis económica atravesada desde hace unos años. Hay una serie de datos que permiten ser optimista y muestran la envergadura de este pujante sector en el marco de una sociedad que, durante el siglo XX, dejó de ser predominantemente agrícola para pasar a caracterizarse, sucesivamente, como industrial y de servicios.
Más allá de que el consumidor medio de productos bio destaque por su sensibilización, es necesario hablar sobre este consumo en capacidad económica. De hecho, entre 2003 y 2013, el volumen de negocio de productos bio se multiplicó por 4. En la actualidad, ronda los 1.000 millones de euros por ejercicio.
Si la aportación agrícola general a la producción está por debajo del 10 %, es sencillo deducir que el peso de los productos bio (por ejemplo, en términos de PIB) todavía es limitado.
No obstante, entre los síntomas que incitan al optimismo hay que destacar que España es el noveno productor mundial de alimentos bio y segundo europeo con más certificaciones orgánicas. España es, por detrás de Italia, el país europeo que más hectáreas dedica a cultivos de agricultura ecológica. Además, se prevé un incremento de las subvenciones comunitarias en esta materia.
Hay datos, por lo tanto, que muestran que la inversión española en la agricultura ecológica supone una buena apuesta a medio y largo plazo. Según las cifras de finales de 2015, solo el 2% del total del consumo de alimentos corresponde a ecológicos, lo que implica un gasto de 20 euros al año por persona. Sin embargo, 3/4 de esta producción se exportan, por lo que la rentabilidad de la inversión no tiene por qué resentirse.
En definitiva, hay una evolución quizá un tanto lenta, pero constante. No en vano, desde principios de siglo el mercado interno bio ya se ha multiplicado por 6.